Andar en cuclillas cada tarde
para no ser nadie.
Convertirme en vigía,
rostro de sal y arena.
Vivir para escribir Escribir para seguir viviendo
El mundo castellano es un mundo de silencios, de pausas, de sobreentendidos. De miradas más allá de los campos, con la certeza de la muerte presente, todos y cada uno de los días. La fatalidad es el estigma que marca la vida. Los acontecimientos que son siempre: las bodas, los bautizos, las romerías, los partos y los entierros, los hijos que marchan a la capital a "hacer su vida", y los mayores que vuelven al pueblo con la nostalgia de los recuerdos de aquellos años, de chocolate y videoclub que ya no volverán. Las estaciones acotando los tiempos y abriendo las conversaciones de paseos al caer la tarde.
Es un universo de negros y grises, del que es difícil escapar viviendo en alguno de esos pueblos, donde las mujeres sacan las sillas a la puerta para sentarse y contemplar la vida de los otros.
Mundo de secretos guardados en baúles, de odios eternos que se heredan y perduran de puertas adentro.
Extraña vida para quien añora el sol y no entiende de fríos ni de almas en pena.